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Introducción. "El retorno de Eurídice" (sobre "Apuntes del Subsuelo") - Por Javier Mardel


INTRODUCCIÓN

El retorno de Eurídice (sobre Apuntes del subsuelo)



Diestro con la palabra, vasto en el lenguaje, acertado en las imágenes, atrevido con el asunto y, encima de todo, airoso en la empresa. Hablar de César Guerrero, el poeta, con el conocimiento necesario de su trabajo y persona, no representa mayor dificultad. Bastaría decir que es imposible reparar en ese conocimiento sin notar una clara manifestación de la Poesía en cada línea desguindada de su mano. Bastaría acaso decir que son verdaderamente pocos quienes pueden sentirse favorecidos por ese influjo. Bastaría, en fin, leer un solo poema suyo para encontrar, en éste, la elemental sustancia poética que nos es común a todos y que, en las palabras del autor, nos lleva a vislumbrar el misterio de las cosas ocultas, nos pone al oído el susurro de nuestras propias emociones.

César Guerrero es un poeta que se ha construido a sí mismo. En su trabajo pulsan, inalienables y en armónica conjunción, los dos atributos que constituyen la base fundamental de todo ejercicio poético: la emoción y la materia emotiva. Sus textos cumplen cabalmente con esas dos condiciones que debe abrigar cualquier poema, que son transmitir un hecho preciso y conmover físicamente, como la cercanía del mar. Hablamos de que no basta la llamada “inspiración” para realizar un poema, sino que hace falta, también, mostrar un patente dominio de los recursos que, tácitos en el texto, ayudan a conducir al lector al mundo reflejado en el interior de quien escribe. Esto Guerrero lo lleva a cabo notablemente. Pero tal logro no es gratuito. Su continuo y casi obstinado afán de aprendizaje le ha hecho enriquecerse con adelantos a otras manifestaciones artísticas, como lo son la música, el cine y la fotografía. 

Elementos de diversa índole permiten a Guerrero salir del preceptivo y arcaico concepto de la composición poética. No se limita. Expande sus propias dimensiones, desde los más recónditos intersticios de su alma hasta los últimos horizontes de la palabra escrita. Así, no causa extrañeza verlo merodear en los campos de la poesía amorosa o en las regiones casi inhóspitas de un discurso con ambientación críptica. Su poesía es de registro alto y amplitud sin calibre preestablecido.

Si un gran mar se alimenta de grandes ríos, él ha sabido nutrirse del caudal emanado de fuentes poderosas. La sabia lectura que ha hecho de incontables libros permite al lector encontrar, como tenues destellos entre la luminosidad de sus versos, vestigios de Octavio Paz, Bob Dylan, Ezra Pound, Herman Hesse, sólo por nombrar algunos. Reitero: la calidad de su poesía no es gratuita. Hay en ella, bajo la ostensible presencia del lirismo, un objetivo consciente; una lucidez que evita al discurso desbordarse como un simple catálogo de bonitas construcciones gramaticales. Hay tras cada imagen un apasionamiento inteligente que justifica al poema, como si éste fuera una hermosa y sugerente máquina de precisión.

El llamado de la Poesía, es cierto, no le llega a muchos. Acontecimiento fortuito y casi siempre imperceptible es, aunque esto parezca extraño, más parecido a una fatalidad que a un designio. El poeta no es un elegido, sino un condenado: el condenado a vivir, como diría Sabines; y esta inexorable circunstancia pone al mundo de frente al poeta, lo pone como quien extiende un acertijo de belleza indemne que el corazón del poeta debe aprender a descifrar. Bajo su individual discernimiento, un hombre empeña su silencio en favor de la voz colectiva y en ocasiones varias ello adquiere la forma de una confesión. Finalmente, tras los versos del poema, el que escribe le confiesa al tiempo su osadía de vivir, su arrojada y no poco melancólica interpretación del universo.

César Guerrero es un guerrero que ha tomado juramento a la literatura y se ha armado con los instrumentos del espíritu. Cuenta entre sus aparejos, además, con un abastecido respaldo didáctico, una nítida consciencia de sus aptitudes, un digno manejo de su oficio y un merecido futuro de incalculables alcances que, gracias a la persistencia del amor, habrán de otorgarle la conquista de ese lugar designado para su obra; no digo en la historia, sino en un santuario más elevado: el reconocimiento y la adopción de su poesía por parte del lector.

Me parece, al pensar en él así, como un guerrero, alcanzar a distinguirlo en cierto atardecer frente a los muros de Troya; mirarlo de pie y sereno recortando en una colina la línea del horizonte; verlo protagonista de su propia historia y saberlo justamente del tamaño de su épica empresa. Podría ser un Aquiles, ¿por qué no? Pero ante todo, y quizá más valedero, un hombre que no depende de inmunidad mítica para encarar su propio destino; un hombre que –como todo hombre– aun sin lograr ver el siguiente paso, traza toda la ruta a seguir, todo el camino a recorrer por delante, como un sabio Homero ciego que se dirige a la luz perpetua por el sendero de la palabra escrita.

Para leer a César Guerrero no hace falta mas que vaciar la mente y dejarse envolver por la pulcritud en la esencia de sus palabras. Si bien el acto de soñar es un desprendimiento del mundo secular, cualquier imagen de un poema suyo es una pequeña moneda de poesía con la que se puede adquirir al menos una parte de ese otro mundo que todos, absolutamente todos, hemos conocido alguna vez en nuestros sueños.

El libro Apuntes del Subsuelo es un poemario viejo. Es viejo en cuanto a que en él convergen distintos y distantes recuerdos, y tal circunstancia es propia de una memoria sólida, sin fisuras. Es viejo porque en los poemas que lo integran vienen cabalgando su montura de siglos los diversos nombres y lugares que ahí hacen presencia. Es viejo porque no deja de dar la impresión de ser obra de un hombre que se ha encontrado a sí mismo, con una voz madura y con una percepción aguda del mundo inmediato, como a través de un cristal de aire. Cada poema que uno lee en el libro sabe a siglos, a tiempo, como si se hubiera escondido en no se sabe qué rincón de la historia y, tras largos años de misterioso letargo, se mostrara ante nuestros ojos en un solo instante, el instante exacto en que Poesía y Vida se encuentran sobre la encrucijada de una página.

Al ubicuo subsuelo de estos Apuntes... acuden también lugares lejanos y paralelos, una constelación de sitios no exentos de aroma, de color, de temperatura, y son estos componentes los que prestan al autor el referente necesario y nunca vano a la no menos necesaria pretensión de contarnos algo; pero no algo sordo y poco sustancial sino algo que evidentemente nos concierne y que hasta ahora no habíamos podido explicar. Y es que para desentrañar de las visiones su mensaje, es requerida la palabra del poeta: esa es su función. El poeta nos pone bajo la pérgola zodiacal de sus pesadillas, nos sitúa entre la tierra firme y el cielo conjetural para revelarnos la naturaleza del inefable tártaro cotidiano.

Dos aspectos dan consistencia a este libro: el acertado juicio para la selección de los poemas incluidos y la armonía entre ellos. Ya en el primer poema el autor da la pauta para leer los siguientes. Tras el estallido de un casco de cerveza la voz del poeta nos conduce paso a paso por el dominio de las tinieblas. La niebla impune del tiempo desdoblado correrá por nuestra sangre y habrá sido esa la cuota para transcurrir a través de ese infierno personal en el que a diario, por un momento, estamos. Recorreremos una ciudad ausente entre esculturas de hormigón y no sabremos su nombre, lo intuiremos acaso, pero cada quien elegirá la que a su parecer conserve aún la huella del fantasma herrumbroso de Caronte. Lentamente nos internaremos en la profunda sombra, en la pálida muerte, en el inexpresivo desierto... Arribaremos a la orgullosa y ennegrecida antesala del final: El palacio de El Escorial y la Isla de Manhattan hablando al Cementerio de la Catedral de San Pablo.

Dado el ambiente sórdido y desolado, a primera vista el libro pareciera ser de tendencia negativa, pero no es así. Para que el brillo del metal surja se necesita pulirlo; para pulirlo, debe reconocerse el óxido que lo empaña. Resaltar los vicios de la condición humana enfoca a su revaloración. Ubicar la parte herrumbrosa de la realidad presupone y salva la otra parte, la de las posibilidades productivas y loables del quehacer humano. Claro está que esto no se trata de una interpretación ética o filosófica, pero he ahí el trasfondo moral de la Poesía, no siempre indispensable, pero sí digna de encomio cuando en algo contribuye al desarrollo del espíritu. Al final, como si en toda esta penumbra no quedara clara la solución, valiéndose de un ingenioso dribling –un toque de ironía quizá– el autor lanza el poema último con un título como La Peste y cierra con una sola y esperanzadora palabra en la línea final: Vivir. 

En la mitología griega, Orfeo pide al dios Hades el retorno a la vida de su esposa muerta, Eurídice. Hades, conmovido por los dulces acordes de la lira de Orfeo, concede la solicitud bajo una condición: Orfeo debe regresar al mundo de los vivos a través de una larga caverna tocando su lira y sin volver la mirada. Eurídice irá detrás de él y ambos llegarán al final del trayecto. Cuando cerca se encontraba la salida, Orfeo dejó de escuchar los pasos de su mujer y se volteó angustiado. Eurídice seguía ahí, justo detrás de él, pero Hermes, el emisario de los dioses, ya la tenía sujeta del brazo y regresó con ella al reino de Hades. 

Nosotros podríamos dejarnos guiar como una Eurídice detrás de su Orfeo. Transitar el sombrío trayecto desde la matriz abismal del infierno y encontrar al término de la jornada el limpio resplandor de la vida. Pero cuidado: No es el autor y sí nosotros mismos quienes somos ese Orfeo. Cabe recordar no volver la mirada, no dejarse atrapar por la impaciencia y concentrarse únicamente en el punto luminoso esperando al final del camino. Tal vez aquella Eurídice no es otra que nuestra misma emotividad y atender en demasía a nuestro desconcierto, temiendo que las sensaciones se nos vayan de las manos, puede echar todo por la borda.

Si la serie de textos que componen el libro son los atinados apuntes del autor acerca de esa atmósfera enigmática y sugestiva, podrá cada quien entonces sacar sus propias y no menos fructuosas conclusiones.

 Sabemos que Hades –aun si escasas– cumple sus promesas. El autor de Apuntes del Subsuelo lo sabe y mucho se ha esmerado en cumplir con un final prometedor y justo para beneplácito del lector. En tanto, queda sólo discurrir a lo largo de este bien logrado poemario y disfrutar de su adecuada manufactura. Estoy seguro que quien sea (así como yo) logrará encontrar en él un provechoso uso de su capacidad emotiva y no dejará de apreciar el recorrido hecho tras cada nueva leída a estos Apuntes del Subsuelo.


Javier Mardel

Abril de 2002



Javier Mardel (1978)

En César Guerrero Arellano. Apuntes del subsuelo, Ed. Urdimbre, México, 2005 (2ª), pp. 7-12.
ISBN: 968-5601-20-8





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