MEFISTÓFELES
Eritis sicut Deus, sientes bonum et malum
(Gen, 3:5)
Una vez que los espíritus fáusticos
me invocaron fuera de la cuadratura del círculo,
que sus miradas inquisidoras
transgredieron conmigo el miedo al movimiento
y tomaron en sus manos las riendas del destino,
hube de disolver las riberas que se ofrecieron al hombre y por el hombre creadas,
derrumbé sus techos y desgarré sus vestimentas
a fin de que sus ojos pudieran hurgar en sus entrañas.
Quebramos en pedazos, inmisericordes, sin pausa,
cada una de las imágenes que sus ojos bebían,
las formas ingeridas en sus pieles mortales,
hasta moler sus restos en granos más finos que el polvo
y los extendimos sobre la mesa de disección del horizonte
y el viento y el agua y la luz las disolvieron en su lente diáfano
y pudimos escudriñar por vez primera el rostro oculto de su fuente.
Desafiamos a la muerte con soberbia en nuestros actos.
Fue entonces que dudamos de nuestros sentidos,
de los caminos señalados por nuestros atavismos,
a fin de construir, con la culta voluntad de nuestras manos,
sentidos nuevos y distintos;
obras perfectas como el pensamiento de Dios,
al fin traducido a signos mundanos.
Y cuando lo creímos hecho,
Dios bajó de su trono para dejar de existir,
pues supimos que Dios era Yo.
Pero he aquí que mis lebreles del método
agostaron su hambre y su sed en los campos
hasta dejarlos vacíos,
atrapados en la trampa de su orgullo que fue también el nuestro.
Así que vinieron a mí, desatando sus lenguas e hincando sus dientes,
amenazando a Fausto con ojos de gorgona y basilisco.
Hablan los lebreles:
"Enfebrecidos, obnubilados por lo que habíamos visto,
padecimos la locura sin saberlo, hasta que todos habíamos perdido algo:
un pie, la mano, por nosotros mismos devorados."
Su hambre no paró ante su mirada fraterna.
Mi espíritu se había vuelto contra mí,
a poco de condenarse a vagar entre los muros impasibles de la nada.
Es así que quisimos sembrar el caos para reinventarnos únicos, firmes,
omnipotentes e inalterables creadores,
y he aquí que el caos estaba también en nuestra sangre,
en el alma y en las obras, en la porosa humedad de nuestra médula.
Es así que tanto como atacamos nuestras falsas certidumbres
en busca de una sola llave, hoy nos resignamos
a la infinidad de puertas que llevan a otras puertas
y más puertas y otras llaves que no han sido encontradas,
mientras que algunas de ellas son digeridas lenta,
inevitablemente por la herrumbre.
Es así que la violenta agonía no cesó hasta que bajamos la cabeza
y aceptamos que orden y caos eran inherentes a nuestra anatomía
−víctima virtuosa de sí misma−;
que a cada respuesta sólo le está dado rondar la espalda de la otra
para recordarse que no hay ninguna invulnerable
y que su permanencia dura apenas un instante.
Es así que renacemos.
Es así que mi nombre es nuevamente sólo un nombre:
Mefistófeles.
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